Tierras raras
Vídeo digital, color, sonido, 28 min
2019
Las tierras raras marcan la materialidad de nuestro tiempo. Este grupo de metales, denominado así por la dificultad con la que se encontraban en el momento de su descubrimiento, están presentes en casi todos los dispositivos tecnológicos que definen nuestra vida cotidiana: desde las pantallas de los móviles hasta las baterías de los coches eléctricos. Componentes clave de un mundo cada vez más digitalizado, las tierras raras son el leitmotiv de este videoensayo, que desarrolla, a través de una visión atenta al lugar de origen de la autora, una reflexión poética en torno al paisaje y a la mirada que lo configura.
En medio de paisajes ligados a la intimidad, emergen imágenes satélite de la mina de tierras raras más grande del mundo, en su propia materialidad digital, con una cualidad casi pictórica, dando cuenta de la delicada relación entre belleza y destrucción. A su vez, el Campo de Montiel aparece como una tierra extraña, desde las sombras de la despoblación, amenazado por una posible mina de tierras raras que podría llevarlo a su completa devastación. La extrañeza es la sensación que nos acompaña desde Bayan Obo, en China, hasta la meseta manchega.
Pero no olvidemos que el extrañamiento es la condición esencial de todo paisaje. La mirada que se vuelve sobre un lugar al que ya no pertenece y que apenas reconoce, que observa aquello otro que no es ella misma; esa mirada surge siempre desde un proceso de separación. La distancia que genera nuestra mirada sobre el mundo es una zona peligrosa habitada por fantasmas con capacidad para crear nuevas realidades. Esa forma de mirar, la que genera las tecnologías del territorio, pero también los recuerdos y las emociones, puede ser creadora, aunque también letal.
Tierras raras es el retrato de un exterior: la meseta, pero también de un interior personal atravesado por ese paisaje de secano; y una grieta, una herida o una mina que marcan el tránsito de uno a otro. Una búsqueda inconclusa, un desplazamiento imposible que, como una cinta de Moebius, acaba siempre confundiendo el adentro con el afuera.